Un buen café necesita preparación: entrevista a Esther Charabati, iniciadora de los cafés filosóficos en México.



Por Karla Portela Ramírez Y Germán Leonardo Cárdenas Vargas

Algunas veces los accidentes son afortunados. Uno de ellos le ocurrió a Marc Sautet, profesor de filosofía en el Instituto de Estudios Políticos de París, quien en 1992 durante la emisión de un programa radial comentó acerca de las reuniones dominicales con sus amigos en el Café des Phares para filosofar, sin saber que al domingo siguiente llegarían al café decenas de personas (radioescuchas) queriendo participar de dichas conversaciones. Ante este evento inesperado, que se ofrecía como una oportunidad para reverdecer el ágora, Sautet tomó la batuta y organizó la discusión dando nacimiento a lo que más adelante se conocería con el nombre de “cafés para Sócrates”. Pronto la experiencia se extendió por toda Francia y hacia otros países.

Así, el primer café filosófico en México se realizó en el año 2000 coordinado por Esther Charabati, a partir de entonces cada lunes a las 8:30 de la noche ha convocado al público en general para compartir en la Cafebrería El Péndulo, “Un espacio donde se rompen esquemas, un debate inteligente en un entorno amigable.” Paralela y correlativamente, en el año 2018 nuestra profesora inicia el seminario de investigación Filosofía en la Ciudad, el cual reúne a estudiantes principalmente de Filosofía y Pedagogía interesados en redescubrir espacios de la ciudad (como el ágora o plaza pública) donde la filosofía tuvo su origen.

Este proyecto creció rápidamente no sólo por la cantidad de cafés filosóficos que lleva a cabo y los espacios a los que se ha extendido –desde pequeñas cafeterías hasta universidades y bibliotecas estatales entre otros espacios públicos–, sino también por la calidad con que se abordan los temas propuestos, de manera crítica y lúdica a la vez.

Debido a la fuerza que paulatinamente cobra esta práctica filosófica en nuestro país, nos encontramos con Esther Charabati para conversar acerca de los cafés y de las claves para preparar un buen café.

Nos gustaría iniciar, Esther, con una pregunta que te implica: ¿quién es Esther Charabati?

Esas preguntas difíciles... no encuentro nunca qué decir. Mira, yo estudié filosofía, hice la licenciatura, después me salí, estuve trabajando, luego regresé a la maestría, pero ya no en filosofía sino en pedagogía, porque precisamente algo que no me gustaba de la filosofía era este asunto de estar tan apartados del mundo, como que yo no sentía que lo que había aprendido lo podía encarnar en nada, ni como trabajo, ni como vivencia.

Después de la maestría en pedagogía fue justo cuando un día leí el periódico y me encontré con una noticia que hablaba de un café filosófico en París, y yo sin saber lo que era dije: “Yo quiero hacer eso”. Entonces me metí a internet. Solo encontraba las fotos de la gente, pero entendí cómo funcionaba. Pude leer los artículos y las reseñas porque hablo francés.

En El Péndulo yo tenía una conocida que me dijo: “Ven a hacer los cafés aquí”, y así empezamos la primera vez con mis amigos; luego, me quedé sin amigos –yo creo que no les gustó–, después por casualidad llegaron unos estudiantes de la Universidad de Guadalajara, y mira casi por milagro se mantuvo.

Hubo días en que llegaban dos personas y yo decía: “Mientras haya alguien, aquí voy a seguir”. Entre tanto pasaron veinte años... ingresé al doctorado en la Facultad, lo terminé y luego empecé con el seminario de Filosofía en la Ciudad, que a mí personalmente me ha dado muchas satisfacciones. Otra cosa que he hecho en el camino ha sido escribir algunos libros: novelas, ensayos, cosas así. [1]

Muy bien, ¿te defines como escritora, podría ser?

No sé si era Borges el que se definía más como lector que como escritor, yo también leo mucho más de lo que escribo y lo disfruto más, creo; pero sí, supongo que soy escritora.

EL CAFÉ FILOSÓFICO, UN ESPACIO DEMOCRÁTICO

¿Qué son los cafés filosóficos y cuál es su objetivo?

Los cafés filosóficos tienen como idea reunir a gente que no está en la academia (puede ser que haya ido o no a la universidad) en un espacio que sea completamente distinto al académico para debatir sobre cuestiones cotidianas.

Generalmente se cree que los temas filosóficos son para filósofos, pero si pensamos en la felicidad, el amor o la justicia, por ejemplo, vemos que son asuntos que nos importan a todos porque los vivimos a diario. Lo que pasa, me parece a mí, es que no hay espacios en donde hablar sobre estos temas. Las personas no van a tomar café con sus amigos para preguntarles: “¿Tú qué piensas del amor?”... Normalmente la gente habla del celular, de política, de comida, pero no de filosofía. Es necesario crear esos espacios de reflexión.

¿Qué hace que un café sea filosófico?

Esa es una cuestión clave. Recuerdo que cuando presenté a los estudiantes la propuesta de seminario, uno de ellos preguntó: “¿En qué se distingue esto de la autoayuda?” Distinguir entre las prácticas filosóficas y la autoayuda es importante porque actualmente esta última es el pensamiento del sentido común y ha permeado de tal manera en la sociedad, que son muchos los que piensan en términos de “si quiero, puedo” o “primero tengo que quererme yo”. Pensamientos individualistas, voluntaristas, una especie de existencialismo light.

Yo creo que lo que hace filosófico al café es que haya una intención de problematizar: las preguntas son muy importantes, el no dejar pasar las cosas porque suenan bien o para no discutir; tratamos de que esto tenga cierto rigor.

No se trata de enseñar filosofía, la idea no es ni enseñar autores, ni agotar temas, nada por el estilo. El animador del café no tiene por objeto convertirse en el gurú de nadie, sino crear un espacio más horizontal, un espacio democrático donde todas las opiniones sean escuchadas con el mismo respeto. Los estudios, la profesión, no son impedimentos para ello.

No hay opiniones que valgan más que otras (esto lo vi reflejado en la película En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo), a lo mejor hay unas más actuales, más interesantes, más pensadas, mejor sustentadas, pero todas contribuyen a la discusión. Creo que en esto radica lo filosófico del café: en analizar las opiniones y ver si resisten la crítica. Ese es el objetivo, que todos puedan defender sus puntos de vista. Al exponerlos a la crítica, se ve si resisten o si es necesario repensarlos.

PREPARANDO EL CAFÉ

Esther, tú hablas de ser “animador” de cafés y no “moderador”, ¿cuál es la diferencia?

Yo no lo inventé, así se llaman en Francia. Y hemos tenido en diversas instancias esta discusión. Porque algunos dicen: “Esto se debería llamar coordinación”, otros dicen que debería de ser “moderador” y nosotros decidimos quedarnos con “animador”. Primero porque es la palabra que se usa y segundo, porque no es una vergüenza ser animador. Animar es bastante difícil y es muy bueno para el animado. Entonces no veo por qué los prejuicios en ese sentido.

¿Qué habilidades se requieren para animar un café filosófico?

Una muy importante, creo que la más importante, es saber callar a la gente. Suena horrible y suena fascista, pero el problema de estos espacios es que hay gente que quiere hablar todo el tiempo, y eso boicotea la sesión. Además, hacerlo de manera amable, que no se enojen, que nadie sienta que es contra él. No siempre quedan contentos, pero, como les decía, es una habilidad muy importante.

Otra es saber preguntar. Formular preguntas que no cierren la conversación sino que la abran; que problematicen, que generen más preguntas, no respuestas. Yo creo que lo bueno de los cafés es que nadie se va con la respuesta, sino que algunos se van con más preguntas de las que traían. Y eso a mí me pone contenta, porque por lo menos uno logra cierta motivación para reflexionar, que es uno de los objetivos del café.

Además hay que crear un hilo conductor que traes preparado, pero que puede cambiar (casi siempre cambia durante el café), y que se sostenga, que no se hable de cien cosas y al final resulte que no se habló de nada, como sucede a menudo en las conversaciones espontáneas.

Otra de las habilidades requeridas para conducir un café filosófico, para animarlo, es saber mantener el debate –la tensión– durante todo el café. Cosa que no siempre es fácil, porque a veces por diferentes motivos la gente se va desinteresando. Y no puede acabar ahí el café, no nos podemos quedar todos callados. Por ello uno necesita tener un plan B, plan C… todos los recursos para mantener siempre vivo el debate. Para mí esto es como si uno fuera payaso de circo: hay que mantener la atención de la gente hasta el final del acto. Entonces, asumamos la responsabilidad de ser una especie de espectáculo y de que hay que alimentarlo, ¿no?

¿Es necesaria la formación en filosofía para saber preguntar y en esa medida para ser animador de un café?

Creo que saber preguntar es una habilidad que debería enseñarse desde la escuela, porque los niños de kínder preguntan todo el tiempo y los de secundaria ya no preguntan nada. Algo sucede en ese lapso de tiempo. El maestro pregunta, por ejemplo: “¿Quién descubrió América?”, o, ¿cuáles fueron los efectos sociales de la Revolución Mexicana?”. Lo hace casi siempre para evaluar, por lo que no quiere cualquier respuesta, sino la oficial, la que aparece en los libros. En ese caso los alumnos tienen que adivinar, no reflexionar.

Yo creo que tanto los maestros como los estudiantes deberían aprender a hacer buenas preguntas, porque es la única manera de problematizar la realidad. Si uno se limita a las afirmaciones, no cuestiona nada, no deja espacio para la duda o la curiosidad. Sin buenas preguntas, no creo que se pueda hacer filosofía ni provocar ningún tipo de pensamiento.

¿Qué aspectos técnicos se deben tener en cuenta para realizar un café filosófico?

Algo que a mí me gusta mucho, pero que no es la única manera de hacerlo, es que venga gente diversa. Gente que no se conoce entre sí y que tiene opiniones distintas, eso enriquece mucho al café. Yo diría que con que tengas unas sillas, quizá un micrófono, y ya. En mi opinión se pueden realizar de muchas maneras. Nosotros los hemos hecho en la calle, en bibliotecas, en la facultad, en cafeterías y ahora en Zoom. Creo que también es posible organizarlo en una escuela con estudiantes.

Además, haber preparado el café, porque un café filosófico no es algo espontáneo, uno no llega y pregunta: ¿qué opinas de la verdad?, porque luego uno no sabe cómo continuar. Hay personas que necesitan prepararlo más que otros. Yo tengo que prepararlo mucho, incluso cuando repito temas, vuelvo a prepararlos una y otra vez, porque si no tengo algo nuevo, si no leo algo novedoso, me falta el entusiasmo y dinamizo el café con mucho menos ganas que cuando descubro algo y tengo prisa por transmitirlo. Creo que esas son las únicas necesidades técnicas.

¿Existen reglas en el café filosófico?

Sí, al inicio de cada café siempre damos las reglas: para participar hay que levantar la mano, a los que la levantan primero, se les da la palabra primero; pero si alguien quiere hablar por primera vez se le da preferencia… No crean que eso no genera conflictos. Si alguien habla mucho tiempo, lo vamos a interrumpir, porque hay otros que esperan la palabra. Cuando se aclara esto también baja un poco la ansiedad de la gente y por eso preferimos decirlo desde el principio, aunque lo repitamos en cada café para la gente nueva. También les pido que no cuenten cosas privadas, por dos razones: una, porque no queremos relatos, queremos reflexiones breves. La segunda razón es que estamos en un espacio público, aunque sea virtual, pero hay gente que no lo toma en cuenta. Es muy fácil que la gente comience a contar cosas privadas cuando no conoce a los demás.

CAFÉS FILOSÓFICOS VERSUS FILOSOFÍA ACADÉMICA

¿Existe algún vínculo entre los cafés filosóficos y la filosofía académica?

Sí, sí existe. El requisito para hacer el puente, diría yo, es la apertura y la creencia en que los demás, aunque no hayan estudiado filosofía, te pueden entender. Yo creo que toda la gente que estudia filosofía debería tener la posibilidad de transitar desde la academia hacia prácticas filosóficas, como el café. Quienes quieran ser profesionales de la filosofía, hacer investigación y quedarse dentro del círculo de la academia ¡qué bueno!, porque también así progresa la filosofía. El asunto es que exista alguna otra opción que no sea la de estar encerrado en la universidad, porque además el número de plazas que allí se abren es mínimo.

¿Ha surgido algún inconveniente con la academia por realizar este tipo de actividades?

Mira, en todas partes, o sea en varios países, yo veo una descalificación. Piensan que no es filosofía de verdad. ¡Y está bien!, no es la misma filosofía, es otra manera de entenderla, una manera mucho más amplia que tiene que ver con la crítica del propio sentido común, de las propias ideas. De hecho, quien sale de la academia para tomar esta vía se enriquece y puede ver de otra manera la filosofía.

Si los que estudian comunicación –por citar cualquier carrera– se pueden dedicar a veinte áreas distintas, yo me pregunto por qué quien estudia filosofía sólo puede ser maestro. Bueno, esto no es cierto. El filósofo no tiene que quedarse en las aulas y los cubículos, puede salir a la vida, aprender otros lenguajes, desarrollar habilidades que otros no tienen. Hay muchas salidas, una es precisamente esta: salir a la calle, hacer talleres con ciudadanos comunes o hacer cafés filosóficos en preescolar, por mencionar algunas.

UN AÑO DE CAFÉ ONLINE

¿De qué manera impactó la pandemia a los cafés filosóficos?

Yo creo que el impacto fue positivo y me cuesta mucho trabajo decir que hay algo positivo en esta pandemia. Pero bueno, como a las dos semanas de iniciada, surgió en el grupo la pregunta: ¿Y si los hacemos en Zoom?… Empezamos a hacer los cafés y llegaba gente.

Sirvió para dos cosas: en primer lugar, para aumentar el número de participantes; hemos tenido hasta 100 personas en un café filosófico. Además, ganamos otros públicos, ahora participan personas de distintos lugares de la república, de diferentes países y eso nos ha enriquecido.

En segundo lugar, nos sirvió para integrarnos más y animarnos a hacer propuestas distintas. Actualmente el equipo anima tres cafés filosóficos por semana, mucho más de lo que habíamos hecho.

¿Se han dado pérdidas y ganancias en la transición de lo presencial a lo virtual?

En un sentido, animar cafés virtuales es mucho más fácil. En este periodo de confinamiento el café filosófico me toma hora y media en lugar de las tres horas que me tomaba con el desplazamiento, y eso lo veo como una ganancia. Pero también he aprendido a valorar el tráfico, pienso en el tiempo que hago de mi casa a la universidad. Me he dado cuenta de que en esos lapsos de tiempo, ¡yo pensaba! no era tiempo muerto... Iba preparando cosas mentalmente, y ahora me hace falta.

Algo negativo de esta modalidad, me parece a mí, es la imposibilidad del tacto, que las personas que participan se miren, se toquen, volteen y platiquen como en los cafés presenciales… En vez de eso se preocupan por el micrófono, si abren o no la cámara...

Además, suele suceder que no ves más que ventanas negras y es muy desmotivante. Acabo de leer que el estarse viendo a sí mismo en el Zoom es algo que genera mucha ansiedad... ¡Es horrible! Yo francamente no lo disfruto.

UNA INVITACIÓN A TOMAR CAFÉ

Para cerrar yo les diría: “Hagan cafés filosóficos por favor”, porque necesitamos multiplicar esta experiencia. Yo, en este momento estoy viviendo un estado de felicidad perpetua porque durante muchos años deseé que se replicarán los cafés... De repente venía algún estudiante, se comprometía a hacer el café y luego no lo hacía. Ahora que somos un equipo intercambiamos ideas y nos apoyamos en el trabajo. Además, son jóvenes tan entusiastas que los cafés se multiplican y cada vez se suma más gente al equipo… Y bueno, soy muy feliz.


Ilustración: Dalia


Acerca de los autores

Karla Portela Ramírez

Dra. en Filosofía (Universidad de Guanajuato)

Facilitador de Herramientas en Consultoría Filosófica


Germán Leonardo Cárdenas Vargas

Profesional en Filosofía y Letras (Universidad De La Salle - Colombia)

Facilitador de Herramientas en Consultoría Filosófica.


Esther Charabati Nehmad.

Profesora titular de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Licenciada en Filosofía, maestra y doctora en Pedagogía, por la UNAM. Autora de diversos artículos académicos en libros y revistas de México y en el extranjero. Fue columnista en los diarios El Mañana (Nuevo Laredo) y El Centro (CDMX). Libros publicados: Guía para los desconcertados (2019), La sonrisa del gato (2016), La transmisión del legado (2015), Contra la autoridad. De aulas y silencios (2010), El oficio de la duda (2007), No soporto el paraíso (2007) y Rasgando el tiempo. Los judíos, extraños en la casa (2006), entre otros. Premios recibidos: Medalla Gabino Barreda (1980), Premio de la Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México a la trayectoria (2010), Mención especial Premio COMIE a la mejor tesis de educación (2013), Premio de investigación “Rabino Jacobo Goldberg” (2013).