Escribir con textiles: entrevista a Alberto López, diseñador tzotzil


Daniel Moreno


La primera vez que “casi” conocí a Alberto López éramos dos mexicanos que nunca antes habían pisado los Estados Unidos y estábamos ligados por similar compromiso: él se encargó de deslumbrar a los espectadores de la Universidad de Harvard, con diseños únicos por su estilo, los tintes naturales, ese halo de belleza suspendida y esa cosmogonía atrapada entre los hilos de sus prendas; yo tenía que hablar sobre seguridad pública durante breves y prolongados minutos frente al mismo auditorio.

Digo “casi”, porque verdaderamente nos conocimos al abandonar la universidad: en un bar de Boston, donde charlamos apurados por las bebidas y el ambiente descargado de responsabilidad. Pero las buenas costumbres bostonianas nos obligaron a dejar el lugar: echaron a todos a las dos de la mañana, hecho inverosímil si pensamos en los espléndidos bares de mala muerte abiertos hasta el amanecer, en el corazón de la Ciudad de México.

Sucede a veces que el destino es ineludible: nos reencontramos en Nueva York y no sé cómo mis amigos (Rocío, Nacho, Fernando, Xime) y yo terminamos en aquél departamento de Brooklyn, para preparar (pensamos con vanidad) la participación de Alberto en la Fashion Week: en pocos días, se convertiría en el primer tzotzil en integrarse al Olimpo de la moda. Le sugerí que vivía un sueño inimaginable hace apenas unos años: en su pueblo natal, Aldama, una pequeña comunidad en Chiapas, sufrió la incomprensión y el desdén: ¡¿cómo un hombre se dedicaba a tejer y no a labrar el campo?! Soportó los rigores de la pobreza y estuvo seis meses encerrado en su casa por miedo a las agresiones. Pese a todo, nunca renunció a tejer.

Pero la extraordinaria historia de superación de Alberto entraña un peligro: el de opacar su arte y sus procedimientos. Por fortuna, su obra habla por sí misma y es una parte viva de Alberto que, sin embargo, ya le pertenece a todo el mundo: destino de todo artista que vuelca su vida en una obra que lo trasciende.

Confieso que aunque tan lejano me parece el arte de Alberto, ese tejer y diseñar moda, hay algo en ello que me hace hermanarlo con la literatura: se trata de contar historias con procedimientos diferentes: el escritor echa mano de las caprichosas palabras, el tejedor elige los hilos y los va soltando para enhebrar alguna poesía. Uno, dialoga con los escritores que le preceden; el otro, con sus antepasados y su tierra. Pero, como el poeta que recrea el lenguaje, el tejedor renueva la tradición y da rienda suelta a la creatividad:

− Alberto, ¿cómo concibes tus obras?, y ¿cuál es el proceso para crearlas?

−Cuando nosotros hacemos una prenda siempre hay que narrar primero, saber lo que hay que hacer. A veces nosotros, como creemos en nuestros sueños, soñamos qué es lo que queremos hacer. Por ejemplo, a veces quiero hacer algo, y siempre lo sueño, lo veo y al final digo ya lo voy a hacer; siempre lo he hecho así; esa parte [de los sueños] ya no se olvida porque se queda en tu mente.

−Coleridge hacía de los sueños poemas; tú, Alberto, haces de los sueños textiles. ¿Cómo sientes la conexión con tu obra de arte?

− Cuando empiezo a tejer le hablo a mis tejidos y a mi telar. A veces digo “estás hermoso”, “qué bonito brocado'', o les digo “gracias mis hijitos”, porque ellos entienden. Por eso, no hay que tratar mal a los hilos: se sienten, se pueden despintar o deshilar; incluso, cuando no estás de humor para lavar la prenda, se despintan los colores, porque perciben por lo que estás pasando. A veces llegan las compañeras a decirme “es que se despintaron mis hilos”: es porque algo les pasó con su familia o se sienten mal, aunque no lo expresen.

− ¿Si tú sientes una pena en el corazón la puedes expresar con los tejidos?

−No, fíjate que solo puedo expresar mi alegría en el telar de cintura. Las explicaciones de Alberto no son menos fantásticas que la de Borges cuando señaló que es el poema el que quiere ser escrito, o la de Cortázar al referir que un sueño le dictó la escritura de Casa tomada. Empero, acaso sorprenden más: no porque sean inverosímiles, sino porque sus creaciones participan de una tradición prehispánica que es minusvalorada y a la que se le niega el estatus de arte, en un mundo narrado en clave occidental, regido por el maldito mercado y donde la producción en serie de mentalidades merma la experiencia estética al anteponer los prejuicios: si las prendas hechas por los pueblos originarios son vendidas en la calle, la gente no las valora.

Alberto logró que redescubriéramos ese arte resguardado por las comunidades originarias; tejer es su forma de preservar la memoria colectiva: Los antepasados, nuestros tatarabuelos, tienen una gran historia, la cual plasman en el huipil; así, transmiten el legado de la comunidad tzotzil: son Libros que se llevan puestos, dice Alberto. De ahí el nombre de su proyecto: K’uxul Pok’.

−En las comunidades zotziles, pok’ es la prenda; k’uxul, lo que se aprende de los antepasados, a lo largo de bastante tiempo, y lo que nosotros aprendemos también; por eso, junto con las compañeras, decidimos dejar ese nombre. Entonces, el significado de K’uxul Pok’ es prenda viva.

−Me haces recordar una frase muy conocida de Eduardo Galeano: “Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias.” Cuando tú me hablas de una prenda viva, ¿esto quiere decir que un huipil está entretejido por múltiples historias?

−Sí, fíjate, lo que hacemos es seleccionar los significados más importantes para plasmarlos en el huipil. Por ejemplo, la conexión que tenemos con el cielo y la tierra, lo que pensamos, soñamos; los huipiles tienen significados como las estrellas, el padre y la madre, los cuatro puntos cardinales; las cruces que pertenecen a cada iglesia, porque nosotros somos católicos y creemos en Dios. También representamos la lluvia, el crecimiento del maíz, los hijos, los cerros, la serpiente “Kukulcán”, que es parte de nuestras vidas. Toda esa cosmovisión la plasmamos en los huipiles. Imagínate lo que los antepasados plasmaron en los huipiles, en los brocados; imagínate cómo estamos conectados con ellos.

− ¿Cuánto tiempo tardas en hacer un huipil?

− Por ejemplo, el azul que viste la vez pasada, en Nueva York, es un bebé: me tardé casi nueve meses en hacerlo; entonces, al final yo dejé en él mi huella, mi corazón. Por eso, siempre les digo a las demás personas que cada prenda no tiene precio, porque al final es una obra de arte donde está plasmada la historia de los antepasados, de lo que nosotros hacemos también. Y quiere decir que seguimos trascendiendo. Tenemos que valorar el trabajo, porque mucha gente no conoce lo que hay detrás y piensa que está hecho a máquina, pero todo está hecho a mano desde el inicio del proceso.

− Por lo que sé, el huipil tiene una íntima conexión con tu comunidad; incluso, en el procedimiento: ¿tú creas tus obras con los recursos que existen en Aldama?

−Si, por ejemplo, nuestras prendas están teñidas con colores naturales de la hoja del maíz, la flor de cempasúchil, de hojas de durazno, orquídeas; es lo que nosotros pintamos. Mi mamá sabía hacer el color. Y ella me enseñó a mí. Para mí, ella fue una gran maestra. Es muy importante preservar este conocimiento y darle seguimiento para que lo aprendan los niños y los jóvenes.

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Vemos el reloj: ya es tarde y mañana temprano sale el vuelo de Alberto López hacia Nueva York, para participar por segunda ocasión en la Fashion Week... Quizá en un futuro podremos apreciar el arte de nuestros pueblos originarios, sin necesidad de que los artistas sean reconocidos primero en el extranjero.



Ilustración: cortesía de Alberto López